¡Buenos días a todos!
Me presento: soy Noah
Myers, un profesor de Inglés de intercambio en la UniBoyacá y amigo de Natalia.
Ella me invitó a compartir en este blog mis reflexiones sobre mi tiempo acá,
con enfoque en el tema de ecología, por supuesto.
Primero un poco de
contexto. Yo soy nacido y criado en el hermoso estado de Missouri, ubicado en
el centro-centro de los EE. UU., la región de grandes campos de maíz y soya, y
de bosques y praderas. Me crié en la finca pequeña de mis papás, donde jugaba
en el bosque y disfrutaba la abundancia de animales silvestres: venados, pavos,
zorros, coyotes, mapaches, búhos, etc.
De allí viene mi pasión por la naturaleza, y la conservación. Ya que en
mi región la principal amenaza ecológica es la contaminación de la agricultura
híper-industrializado con sus miles de toneladas de pesticidas y fertilizantes
químicas, he dedicado mis ratos libres hace varios años a la práctica y fomento
de agricultura orgánica, tanto en Missouri, como en mis viajes a Argentina y
Chile (soy licenciado en Literatura Hispánica, y por lo tanto, mi otra pasión
es la cultura latinoamericana).
Entonces, ¿cómo llegué
a Colombia, y cómo ha sido mi experiencia? Este país siempre me llamaba la
atención desde que leí García Márquez, y se profundizó a través de amistades
con colombianos que he conocido en mi país y amigos que habían visitado. Pues,
cuando me presentó la oportunidad de una beca para ir a enseñar inglés en otro
país, pues la decisión no fue difícil. Colombia es fácilmente uno de los países
más diversos y espectaculares en cuanto a paisajes y ecosistemas, ni hablar de
comida, música, cultura. Uno puede arrancar en un auto y viajar 15 horas
derecho por el interior de Estados Unidos y ver el mismo paisaje de maíz y las
mismas cadenas de comida rápida. En Colombia, sobre todo en Boyacá, una hora
basta para encontrar un clima y una cultura bastante diferente. Esa delicia de
realidad la he aprovechado en muchos paseos, conociendo la agricultura,
gastronomía, y maravillas naturales de lugares tan diversos como el Altiplano
Cundi-Boyacense, los llanos, Santander, Santa Marta, La Guajira, y Eje Cafetero.
Pero basta de alabas
que suenan cómo una campaña turística (“El único riesgo..”). Todos sabemos que
este país es diverso y bello. Pero yo le quiero comentar unas reacciones más
concretas y honestas. Muchos extranjeros han llegado a hacer ecoturismo, y
aunque lo hayan pasado bien, muchas veces pasan por encima, hasta a propósito,
de las realidades del país. Parte de mi misión acá, más allá de pasarlo rico y conocer mucho, ha sido tratar de descubrir la
verdadera situación socio-ambiental del país (pus sociedad y ecología son
inseparables). Lo siguiente incluye unas de esos hallazgos, más mis impresiones
generales.
¿Cómo se compara Boyacá con mi estado natal en
el sentido ecológico? Primero, hay algunas cosas que me encantan de acá. Por
ejemplo, la producción de alimentos sigue siendo bastante más pura que la de
allá. Me encanta el hecho de que todos las vacas pastan, y en cualquier pedazo
de pasto que haya, incluso al lado de las vías principales de Tunja. Hay una
ironía terrible en Estados Unidos, y es que mantenemos con maquinas y riego
millones de hectáreas de césped cortico que no sirve de nada sino para
cuestiones estéticas, y al mismo tiempo la mayoría de nuestro ganado se engorda
de maíz y soya en “feedlots” enormes que más se parecen a fábricas y en donde
los animales están hasta las rodillas en su propio popó. Un caso perfecto en
que el “progreso” económico representa un retraso en el sentido ecológico,
humano, y de salud.
Acá también vive, aunque amenazada con la
urbanización rapaz, el espíritu campesino. Muchos siguen dedicándose con
orgullo a la agricultura, para mí el oficio más noble desde luego. El
vestimento tradicional, la ruana, el sobrero boyacense, las faldas andinas,
siguen vigentes sin convertirse en un anacronismo para turistas. Los mercados
viven; yo he disfrutado de la variedad de la plaza del Norte acá los fines de
semana. Cada vez lleno mi maleta de frutas, verduras, huevos campesinos, y
especies para la semana, y converso con los vendedores sobre las cosechas,
sobre los beneficios de salud de tal y tal fruta. Y en Boyacá, cada pueblo mantiene su
especialidad: cerámica en Ráquira, arepas en Tierra Negra, feijoa en Tibasosa,
lana en Nobsa, etc. Eso significa una identidad, unas raíces culturales
vinculados con la tierra, que tanto nos hacen falta en mi país monopolizado y
homogenizado.
Ahora, cabe mencionar que en mi generación se
están dando muchos cambios en cuanto a eso. Hemos llegado al extremo un abismo
de suburbios, centros comerciales, y monocultivos sin fin que nos estamos rebelando
y fomentando producción natural, a nivel de pequeños productores y mercados
locales, estamos reivindicando la gastronomía regional, y cultura y música
campesina de mi región. Es muy bello todo este movimiento, pero aun enfrentamos
retos enormes de empresas masivas que quieren todas las rentas para ellos, una
sola cultura globalizada de consumo (véanse documentales como Food Inc., Super Size Me, King Corn,
o the Power of Community para más
información).
Pero volvamos a Colombia. Como decía, todavía
se mantienen prácticas saludables en muchos aspectos de la agricultura que se
han vuelto lujos allá como vacas que pastan, cultivos variados, abundantes
mercados, etc. Y todavía no se han contaminado con los organismos genéticamente
modificados (ogm´s) que ya conforman la gran mayoría de los cereales allá
(ojalá el TLC no cambie eso como presiento). Sin embargo, hay muchas
problemáticas ambientales, y para mí casi siempre vinculados con la pobreza y
desigualdad. Uno, por ejemplo, viaja a Villa de Leyva y ve muchas lomas con
cultivos de cebolla que han causado una erosión espantosa. Me da escalofrío
mirar, también, cultivos de papa en los cerros alrededor de Tunja en unas
pendientes tremendas, y pensar y lo rápido que se van a agotar esos suelos por
el mismo motivo, o ver señores fumigándolos con pesticidas híper-toxicas sin
ponerse más protección que unas mascarita. Pero vea, si yo fuera ese señor que
tiene que dar a sus críos y no tiene sino un pedazo de tierra para hacerlo,
seguro yo haría lo mismo. Es decir que si uno quiere menos erosión o menos
pesticida en su papa, no basta quejarse, sino darles alternativas a los
productores. Unas ideas para empezar: concientizar a la gente sobre los
químicos en su comida para que ellos estén dispuestos a pagarle al productor un
mayor precio por producción orgánica, educar a los mismos productores sobre
alternativas, y claro, presionar INCORA para que hagan una reforma agraria de
verdad, ¡carajo!
Es la misma cuestión con la basura. Siempre me
dan risa dos cosas. Uno, que el comentario más común de Colombianos que han
viajado a lugares como Miami es este: “Ah, sí, muy limpio, muy organizado”. Lo
que quieren decir es que no hay basura en la calle. (El hecho de que es la
mayor virtud que encuentran verifica para mí el vacío de cultura que son los
suburbios allá). EL segundo son los
gringos que vienen acá y se quejan por
la basura en la calle. ¿Por qué me da risa eso? Porque, claro, no es agradable,
pero si uno compara la cantidad de basura que produce el gringo promedio, es
muchas veces más de cualquier país latino. ¿La diferencia? Allá tenemos un
mejor sistema de recolección de basura, y no hay casi perritos callejeros que
rompen las bolsas y riegan la basura procurando huesos. Pero, ¿es menor
cochinada recoger cantidades de basura para llevarlos a pudrir en otro sitio
alejado de la vista? El costo ambiental seguramente no es menos.
Ahora, no digo que no hace falta mucha cultura
ecológica acá. A cambio de allá, en Colombia aun no es socialmente reprobado el
acto de botar basura. Muchos lo hacen con impunidad. Eso sí es algo que debería
cambiarse. Nosotros lo hicimos con una campaña masiva en los 60s: “Don´t be a
litter bug!” También el reciclaje va lentamente ganando fuerza. Yo al principio
pensaba que no habría cómo, pero sí- Recitunja pasa en todos los barrios acá y
reciclan de todo, algo que yo he aprovechado porque por costumbre me duele
literalmente botar algo reciclable en la basura. El problema es que hay muy
poca conciencia, y donde hay de eso también hay pereza. Sí, es un esfuerzo
extra separar las cosas, pero hay ejercicios que pueden inspirar a la gente,
como una visita a un relleno sanitario.
Lo que me parece igualmente importante y más
fuera de la conciencia de muchos es el compostaje, es decir, el procesamiento a
aprovechamiento de los residuos orgánicos. ¡El compostaje es la solución a
tantas problemáticas! Si en vez de mandar todo las cáscaras y sobras de arroz y
pasto cortado y papel y infinitas cosas orgánicas al relleno sanitario, las
aprovecháramos para convertirlos en abono rico, matamos dos o tres pájaros de
un solo tiro. Si uno mira una bolsa de basura que una familia colombiana típica
deja en la acera cada dos días, la mayoría del contenido son tales restos orgánicos.
A través del compostaje, esos restos que contaminan, precisan de camiones para
llevarlos, y que atraen perros y ratas, pueden ser la solución al problema de
fertilidad de los campos. Y en vez de usar abonos químicos costosos y
contaminantes, nuestra comida puede nacer de los restos reciclados de nuestras
comidas pasadas, el mismo ciclo bello que ha ejecutado la naturaleza desde
siempre y que nosotros dejamos por bobos hace poco.
Ya se está dando. Yo hice mi parte haciendo un
proyecto de compostaje en el Colegio Country en Combita. Allí con los
estudiantes, construimos un sistema con unas tablas viejas y empezamos a echar
los restos de la cocina y el popó de los caballos de allí, mezclados con pasto.
Con eso, ya tendremos en unos meses un abono para media hectárea de hortalizas.
Yo me emocioné mucho al encontrar el mismo proceso en desarrollo en el jardín
botánico en Bogotá. Allí tienen unas montañas de restos orgánicos que no solo
sirven para mantener las huertas, sino que se pueden vender para recoger
fondos. ¿Cómo imagino el proceso a nivel de país? Pues, por ejemplo, piensen en
los conjuntos de Bogotá. Yo he pasado las ferias allí con la familia de mi
novia y botamos resto de basura orgánica al hacer tamales, sancocho, etc. ¡Que
tal si en ven de esos montones de basura, cada conjunto tuviera un sistema de
compostaje, fácil de mantener y cuyo producto se puede vender o usar para
reducir los costos de mantenimiento de los jardines? Yo sé que no todos somos
ecologistas, pero cuando se trata de plata, la gente se dispone a escuchar. Mi
universidad en Missouri ya se convenció: ellos reciclan los restos de las
cafeterías en un proceso altamente rentable (véanse: http://www.columbiamissourian.com/stories/2012/05/10/compost-facility-brings-sustainability-mu/).
Bueno, basta de ese sermón. Quiero concluir
con mi impresión general de muchas cuestiones de medio ambiente acá en
Colombia. Hay una frase muy apta para aplicar al país entero, un concepto con
hablé con mis estudiantes en los cursos de inglés: la maldición de la riqueza.
¿Qué quiere decir? Es decir que este país es espectacularmente dotado en
recursos naturales: oro, esmeraldas, carbono, petróleo, caucho, palma africana,
caña, coca y mucho más. Pero con cada producto que nombro, hay una historia
bañada de sangre desde la conquista hasta los grupos armados y bacrim de hoy. ¿Por qué? Porque esos recursos mueven mucha
plata, y eso corrompe a muchas personas que de otra manera vivirían humildes y
felices. Yo he escuchado e investigado en mi tiempo casos sin fin de
corrupción, abusos políticos, y violencia que casi siempre se vincula con el
manejo de esos recursos.
Ahora, claro que Colombia tiene derecho a
aprovechar esos recursos desarrollarse económicamente. El problema es que
generalmente no es así. De hecho esos recursos suelen contribuir al
subdesarrollo. “¿Cómo así?” Dice usted. Porque esa riqueza no es para todos.
Casi siempre, usando violencia, unos pocos logran manejar todo. Pregúntese,
¿Por qué un señor Carranza controla casi toda la producción de esmeraldas acá
en Boyacá? ¿Por qué hay empresas extranjeras que controlan casi toda la
producción y exportación de diamantes y oro en Colombia? ¿Por qué el Cerrejón
monopoliza en la Guajira, y el carbono ni siquiera es para uso domestico? ¿Por
qué proliferaron grupos paramilitares en una zona rica en carbono en el Cesar,
o en la producción petrolera en Barrancabermeja? En realidad, no hay ninguna
coincidencia.
Ahora, estos cuestiones son fáciles de
observar y difíciles de solucionar, pero yo ofrezco unas ideas al respeto.
Primero, si sabemos que la raíz del problema son los recursos, ya tenemos un
arma para contrarrestarlo. Primero, es cuestión de valores. El oro solo vale lo
que la gente pague por él. En sí, es como cualquier piedra. Yo personalmente no
pagaría un fríjol por un punado de oro porque no me sirve y no me gusta. En
cambio, para mí, una fruta o una verdura orgánica es sumamente valiosa. Resulta
que como consumidores tenemos mucho poder. Podemos consumir los productos que
crean el mundo que queremos. Yo, por lo menos, quiero un mundo lleno de selvas,
campos sanos, animales, y personales sanas, y no un mundo de minas, fábricas,
violencia, ríos contaminados, campos estériles, etc. Por lo tanto, trato de
consumir un mínimo de los productos que provienen de éstos. Y mientras yo no
puedo cambiar las costumbres de otras personas por fuerza, con el ejemplo y con
la creación de alternativas, ellos pueden cambiarse solos.
¿Qué más les digo? Ya he dicho mucho, y ojala ha
sido de interés. Mi último consejo, dirigido especialmente a los boyacenses es
muy simple: vayan al Parque Natural Iguaque. ¿Por qué? Porque allí verán Tunja
y Sogamoso y Duitama en su estado pre-dominado. Allí tendrán la misma bella
visión que tuve de lo que nos puede rodear en todos lados: bosques nativos,
aguas cristalinas, animales silvestres. Para crear un mundo mejor, todos
tenemos que tener una visión muy concreta de lo que queremos y como lograrlo, y
allí esta una buena pista.
Por último, doy gracias por haber pasado un
año maravilloso, por haber podido conocer los lugares hermosos de este país,
por haber compartido con tantas personas hermosas, y a Nata por proponerme
escribir esto en su blog. ¡Gracias!
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