jueves, junio 7

UN ECOLOGISTA GRINGO EN BOYACÁ: REFLEXIONES SOBRE UN AÑO EN COLOMBIA


¡Buenos días a todos!

Me presento: soy Noah Myers, un profesor de Inglés de intercambio en la UniBoyacá y amigo de Natalia. Ella me invitó a compartir en este blog mis reflexiones sobre mi tiempo acá, con enfoque en el tema de ecología, por supuesto.

Primero un poco de contexto. Yo soy nacido y criado en el hermoso estado de Missouri, ubicado en el centro-centro de los EE. UU., la región de grandes campos de maíz y soya, y de bosques y praderas. Me crié en la finca pequeña de mis papás, donde jugaba en el bosque y disfrutaba la abundancia de animales silvestres: venados, pavos, zorros, coyotes, mapaches, búhos, etc.  De allí viene mi pasión por la naturaleza, y la conservación. Ya que en mi región la principal amenaza ecológica es la contaminación de la agricultura híper-industrializado con sus miles de toneladas de pesticidas y fertilizantes químicas, he dedicado mis ratos libres hace varios años a la práctica y fomento de agricultura orgánica, tanto en Missouri, como en mis viajes a Argentina y Chile (soy licenciado en Literatura Hispánica, y por lo tanto, mi otra pasión es la cultura latinoamericana).

Entonces, ¿cómo llegué a Colombia, y cómo ha sido mi experiencia? Este país siempre me llamaba la atención desde que leí García Márquez, y se profundizó a través de amistades con colombianos que he conocido en mi país y amigos que habían visitado. Pues, cuando me presentó la oportunidad de una beca para ir a enseñar inglés en otro país, pues la decisión no fue difícil. Colombia es fácilmente uno de los países más diversos y espectaculares en cuanto a paisajes y ecosistemas, ni hablar de comida, música, cultura. Uno puede arrancar en un auto y viajar 15 horas derecho por el interior de Estados Unidos y ver el mismo paisaje de maíz y las mismas cadenas de comida rápida. En Colombia, sobre todo en Boyacá, una hora basta para encontrar un clima y una cultura bastante diferente. Esa delicia de realidad la he aprovechado en muchos paseos, conociendo la agricultura, gastronomía, y maravillas naturales de lugares tan diversos como el Altiplano Cundi-Boyacense, los llanos, Santander, Santa Marta, La Guajira, y Eje Cafetero.   

Pero basta de alabas que suenan cómo una campaña turística (“El único riesgo..”). Todos sabemos que este país es diverso y bello. Pero yo le quiero comentar unas reacciones más concretas y honestas. Muchos extranjeros han llegado a hacer ecoturismo, y aunque lo hayan pasado bien, muchas veces pasan por encima, hasta a propósito, de las realidades del país. Parte de mi misión acá, más allá de pasarlo rico y conocer mucho, ha sido tratar de descubrir la verdadera situación socio-ambiental del país (pus sociedad y ecología son inseparables). Lo siguiente incluye unas de esos hallazgos, más mis impresiones generales.

¿Cómo se compara Boyacá con mi estado natal en el sentido ecológico? Primero, hay algunas cosas que me encantan de acá. Por ejemplo, la producción de alimentos sigue siendo bastante más pura que la de allá. Me encanta el hecho de que todos las vacas pastan, y en cualquier pedazo de pasto que haya, incluso al lado de las vías principales de Tunja. Hay una ironía terrible en Estados Unidos, y es que mantenemos con maquinas y riego millones de hectáreas de césped cortico que no sirve de nada sino para cuestiones estéticas, y al mismo tiempo la mayoría de nuestro ganado se engorda de maíz y soya en “feedlots” enormes que más se parecen a fábricas y en donde los animales están hasta las rodillas en su propio popó. Un caso perfecto en que el “progreso” económico representa un retraso en el sentido ecológico, humano, y de salud.

Acá también vive, aunque amenazada con la urbanización rapaz, el espíritu campesino. Muchos siguen dedicándose con orgullo a la agricultura, para mí el oficio más noble desde luego. El vestimento tradicional, la ruana, el sobrero boyacense, las faldas andinas, siguen vigentes sin convertirse en un anacronismo para turistas. Los mercados viven; yo he disfrutado de la variedad de la plaza del Norte acá los fines de semana. Cada vez lleno mi maleta de frutas, verduras, huevos campesinos, y especies para la semana, y converso con los vendedores sobre las cosechas, sobre los beneficios de salud de tal y tal fruta.  Y en Boyacá, cada pueblo mantiene su especialidad: cerámica en Ráquira, arepas en Tierra Negra, feijoa en Tibasosa, lana en Nobsa, etc. Eso significa una identidad, unas raíces culturales vinculados con la tierra, que tanto nos hacen falta en mi país monopolizado y homogenizado.

Ahora, cabe mencionar que en mi generación se están dando muchos cambios en cuanto a eso. Hemos llegado al extremo un abismo de suburbios, centros comerciales, y monocultivos sin fin que nos estamos rebelando y fomentando producción natural, a nivel de pequeños productores y mercados locales, estamos reivindicando la gastronomía regional, y cultura y música campesina de mi región. Es muy bello todo este movimiento, pero aun enfrentamos retos enormes de empresas masivas que quieren todas las rentas para ellos, una sola cultura globalizada de consumo (véanse documentales como Food Inc., Super Size Me, King Corn, o the Power of Community para más información).

Pero volvamos a Colombia. Como decía, todavía se mantienen prácticas saludables en muchos aspectos de la agricultura que se han vuelto lujos allá como vacas que pastan, cultivos variados, abundantes mercados, etc. Y todavía no se han contaminado con los organismos genéticamente modificados (ogm´s) que ya conforman la gran mayoría de los cereales allá (ojalá el TLC no cambie eso como presiento). Sin embargo, hay muchas problemáticas ambientales, y para mí casi siempre vinculados con la pobreza y desigualdad. Uno, por ejemplo, viaja a Villa de Leyva y ve muchas lomas con cultivos de cebolla que han causado una erosión espantosa. Me da escalofrío mirar, también, cultivos de papa en los cerros alrededor de Tunja en unas pendientes tremendas, y pensar y lo rápido que se van a agotar esos suelos por el mismo motivo, o ver señores fumigándolos con pesticidas híper-toxicas sin ponerse más protección que unas mascarita. Pero vea, si yo fuera ese señor que tiene que dar a sus críos y no tiene sino un pedazo de tierra para hacerlo, seguro yo haría lo mismo. Es decir que si uno quiere menos erosión o menos pesticida en su papa, no basta quejarse, sino darles alternativas a los productores. Unas ideas para empezar: concientizar a la gente sobre los químicos en su comida para que ellos estén dispuestos a pagarle al productor un mayor precio por producción orgánica, educar a los mismos productores sobre alternativas, y claro, presionar INCORA para que hagan una reforma agraria de verdad, ¡carajo! 

Es la misma cuestión con la basura. Siempre me dan risa dos cosas. Uno, que el comentario más común de Colombianos que han viajado a lugares como Miami es este: “Ah, sí, muy limpio, muy organizado”. Lo que quieren decir es que no hay basura en la calle. (El hecho de que es la mayor virtud que encuentran verifica para mí el vacío de cultura que son los suburbios allá).  EL segundo son los gringos que vienen acá  y se quejan por la basura en la calle. ¿Por qué me da risa eso? Porque, claro, no es agradable, pero si uno compara la cantidad de basura que produce el gringo promedio, es muchas veces más de cualquier país latino. ¿La diferencia? Allá tenemos un mejor sistema de recolección de basura, y no hay casi perritos callejeros que rompen las bolsas y riegan la basura procurando huesos. Pero, ¿es menor cochinada recoger cantidades de basura para llevarlos a pudrir en otro sitio alejado de la vista? El costo ambiental seguramente no es menos.

Ahora, no digo que no hace falta mucha cultura ecológica acá. A cambio de allá, en Colombia aun no es socialmente reprobado el acto de botar basura. Muchos lo hacen con impunidad. Eso sí es algo que debería cambiarse. Nosotros lo hicimos con una campaña masiva en los 60s: “Don´t be a litter bug!” También el reciclaje va lentamente ganando fuerza. Yo al principio pensaba que no habría cómo, pero sí- Recitunja pasa en todos los barrios acá y reciclan de todo, algo que yo he aprovechado porque por costumbre me duele literalmente botar algo reciclable en la basura. El problema es que hay muy poca conciencia, y donde hay de eso también hay pereza. Sí, es un esfuerzo extra separar las cosas, pero hay ejercicios que pueden inspirar a la gente, como una visita a un relleno sanitario.

Lo que me parece igualmente importante y más fuera de la conciencia de muchos es el compostaje, es decir, el procesamiento a aprovechamiento de los residuos orgánicos. ¡El compostaje es la solución a tantas problemáticas! Si en vez de mandar todo las cáscaras y sobras de arroz y pasto cortado y papel y infinitas cosas orgánicas al relleno sanitario, las aprovecháramos para convertirlos en abono rico, matamos dos o tres pájaros de un solo tiro. Si uno mira una bolsa de basura que una familia colombiana típica deja en la acera cada dos días, la mayoría del contenido son tales restos orgánicos. A través del compostaje, esos restos que contaminan, precisan de camiones para llevarlos, y que atraen perros y ratas, pueden ser la solución al problema de fertilidad de los campos. Y en vez de usar abonos químicos costosos y contaminantes, nuestra comida puede nacer de los restos reciclados de nuestras comidas pasadas, el mismo ciclo bello que ha ejecutado la naturaleza desde siempre y que nosotros dejamos por bobos hace poco.

Ya se está dando. Yo hice mi parte haciendo un proyecto de compostaje en el Colegio Country en Combita. Allí con los estudiantes, construimos un sistema con unas tablas viejas y empezamos a echar los restos de la cocina y el popó de los caballos de allí, mezclados con pasto. Con eso, ya tendremos en unos meses un abono para media hectárea de hortalizas. Yo me emocioné mucho al encontrar el mismo proceso en desarrollo en el jardín botánico en Bogotá. Allí tienen unas montañas de restos orgánicos que no solo sirven para mantener las huertas, sino que se pueden vender para recoger fondos. ¿Cómo imagino el proceso a nivel de país? Pues, por ejemplo, piensen en los conjuntos de Bogotá. Yo he pasado las ferias allí con la familia de mi novia y botamos resto de basura orgánica al hacer tamales, sancocho, etc. ¡Que tal si en ven de esos montones de basura, cada conjunto tuviera un sistema de compostaje, fácil de mantener y cuyo producto se puede vender o usar para reducir los costos de mantenimiento de los jardines? Yo sé que no todos somos ecologistas, pero cuando se trata de plata, la gente se dispone a escuchar. Mi universidad en Missouri ya se convenció: ellos reciclan los restos de las cafeterías en un proceso altamente rentable (véanse: http://www.columbiamissourian.com/stories/2012/05/10/compost-facility-brings-sustainability-mu/).

Bueno, basta de ese sermón. Quiero concluir con mi impresión general de muchas cuestiones de medio ambiente acá en Colombia. Hay una frase muy apta para aplicar al país entero, un concepto con hablé con mis estudiantes en los cursos de inglés: la maldición de la riqueza. ¿Qué quiere decir? Es decir que este país es espectacularmente dotado en recursos naturales: oro, esmeraldas, carbono, petróleo, caucho, palma africana, caña, coca y mucho más. Pero con cada producto que nombro, hay una historia bañada de sangre desde la conquista hasta los grupos armados y bacrim de hoy.  ¿Por qué? Porque esos recursos mueven mucha plata, y eso corrompe a muchas personas que de otra manera vivirían humildes y felices. Yo he escuchado e investigado en mi tiempo casos sin fin de corrupción, abusos políticos, y violencia que casi siempre se vincula con el manejo de esos recursos.

Ahora, claro que Colombia tiene derecho a aprovechar esos recursos desarrollarse económicamente. El problema es que generalmente no es así. De hecho esos recursos suelen contribuir al subdesarrollo. “¿Cómo así?” Dice usted. Porque esa riqueza no es para todos. Casi siempre, usando violencia, unos pocos logran manejar todo. Pregúntese, ¿Por qué un señor Carranza controla casi toda la producción de esmeraldas acá en Boyacá? ¿Por qué hay empresas extranjeras que controlan casi toda la producción y exportación de diamantes y oro en Colombia? ¿Por qué el Cerrejón monopoliza en la Guajira, y el carbono ni siquiera es para uso domestico? ¿Por qué proliferaron grupos paramilitares en una zona rica en carbono en el Cesar, o en la producción petrolera en Barrancabermeja? En realidad, no hay ninguna coincidencia.

Ahora, estos cuestiones son fáciles de observar y difíciles de solucionar, pero yo ofrezco unas ideas al respeto. Primero, si sabemos que la raíz del problema son los recursos, ya tenemos un arma para contrarrestarlo. Primero, es cuestión de valores. El oro solo vale lo que la gente pague por él. En sí, es como cualquier piedra. Yo personalmente no pagaría un fríjol por un punado de oro porque no me sirve y no me gusta. En cambio, para mí, una fruta o una verdura orgánica es sumamente valiosa. Resulta que como consumidores tenemos mucho poder. Podemos consumir los productos que crean el mundo que queremos. Yo, por lo menos, quiero un mundo lleno de selvas, campos sanos, animales, y personales sanas, y no un mundo de minas, fábricas, violencia, ríos contaminados, campos estériles, etc. Por lo tanto, trato de consumir un mínimo de los productos que provienen de éstos. Y mientras yo no puedo cambiar las costumbres de otras personas por fuerza, con el ejemplo y con la creación de alternativas, ellos pueden cambiarse solos.

¿Qué más les digo? Ya he dicho mucho, y ojala ha sido de interés. Mi último consejo, dirigido especialmente a los boyacenses es muy simple: vayan al Parque Natural Iguaque. ¿Por qué? Porque allí verán Tunja y Sogamoso y Duitama en su estado pre-dominado. Allí tendrán la misma bella visión que tuve de lo que nos puede rodear en todos lados: bosques nativos, aguas cristalinas, animales silvestres. Para crear un mundo mejor, todos tenemos que tener una visión muy concreta de lo que queremos y como lograrlo, y allí esta una buena pista.

Por último, doy gracias por haber pasado un año maravilloso, por haber podido conocer los lugares hermosos de este país, por haber compartido con tantas personas hermosas, y a Nata por proponerme escribir esto en su blog. ¡Gracias!

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